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dissabte, 2 d’abril del 2011

La espera mereció la pena.


Ha sido una larga espera, no vamos a decir lo contrario. Y es que desde el momento en que supe que Roger Waters hacia la gira de The Wall, no pude si no apartar 60€ del banco y dedicarlos en exclusiva a comprar una entrada en cuanto salieran a la venta, aquel ya lejano 21 de junio de 2010.
¿Mereció la pena la espera de nueve meses?
Que a Roger Waters le va más la marcha que a un tonto un lápiz no es nada nuevo, y es que no hace tanto de sus dos últimas giras mundiales (2007 y 2008) en las que interpretaba enteramente el Dark Side of the Moon junto a otros grandes éxitos de Pink Floyd y de su carrera en solitario. En la primera de ellas pasó por Barcelona, y en la segunda, por Granada; dos conciertos a los que tuve la inmensa suerte de ir.
Ambas giras fueron un éxito sin precedentes dentro del mundo floydiano, por lo que tampoco era de extrañar que Waters se animara a coger por banda a su niño mimado para poder lucirlo con el orgullo que no pudo a comienzos de los 80.
Una gira aquella de 1980/1981 que supuso el principio del fin de Pink Floyd, al menos en lo que a la era Waters se refería. Y es que entre las ya insalvables diferencias dentro del grupo, el despido de Richard Wright y las enormes pérdidas que supuso la puesta en escena de The Wall (que vino a ser el comienzo de lo que conocemos como macroconciertos hoy en día), digamos que no fue precisamente aquel un tour idílico.


32 años después, y ya en solitario, Roger Waters decidió sacar de paseo por medio mundo a su creación más personal, estableciendo 2010 como la parte estadounidense de la gira, y 2011 como la parte europea. Y así nos plantamos en España, con cuatro llenos absolutos. Con dos fechas en Madrid (25 y 26 de marzo) y dos en Barcelona (29 y 30 de marzo).
Hay poco que aportar, a estas alturas de la vida, a lo que le ha supuesto este trabajo de Pink Floyd al mundo musical de las últimas cuatro décadas. Considerado como uno de los discos conceptuales fundamentales de la historia, The Wall es, junto con Dark Side of the Moon, uno de los pilares sobre los que se asienta la fama del grupo británico.
En él, se nos cuenta la historia de Pink, una ficticia estrella de rock que, a lo largo del primera parte del disco, se va construyendo, con la ayuda de sus traumas, presiones y fracasos,  un muro autorepresivo con el que aislarse del mundo y que le acaba conduciendo a una fantasía autodestructiva.


Tres fueron las formas elegidas para contar la historia de Pink: el disco original, la película que dirigió Alan Parker y protagonizó Bob Geldof, y la gira cuasi-teatral que ahora nos ocupa. Cuasi teatral porque, aparte de ser un concierto, en The Wall asistimos a una obra con unos personajes definidos que van haciendo presencia en cada uno de los actos (canciones) de la misma, ora en forma de profesor creador de traumas infantiles, ora en forma de madre sobreprotectora, ora en forma de novia/fracaso amoroso.
Y, por encima de todo ello, ese muro que se va construyendo poco a poco a lo largo de la primera parte del concierto, casi sin darnos cuenta, mientras asistimos atónitos al despliegue musical del que hace gala la prodigiosa banda de Waters.
Una banda llena de viejos conocidos como Snowy White y Dave Kilminster a las guitarras, Graham Broad a la batería, y Harry Waters y Jon Putodios Carin a los teclados. Acompañados de gente nueva para este proyecto algo más exigente que las dos giras anteriores. Enormes músicos todos que hacen olvidar el hecho de que Waters apenas coja el bajo y se limite a ser la voz cantante y la necesaria unión con el público.


No nos vamos a engañar.
Esta gira de The Wall es colosal, y es todo un must-see para cualquier melómano que se precie. Con medios y tecnologías renovadas, recupera totalmente el espíritu de la gira original.
Vemos aviones estrellándose contra el muro, proyecciones en alta definición sobre el mismo, muñecos hinchables de metros de altura, pirotecnia (más bien poca), e incluso de nuevo a nuestro Algie surcador de cielos, y que ya nos acompañara en años anteriores.
Todo ello bajo la responsable tutela de un sistema de sonido cuadrafónico que se hizo oír como pocas veces se ha oído un concierto en el Palacio de los Deportes. En definitiva, todo un montaje/experiencia sensorial al que muy pocas producciones podrán ser capaces de ponerse a la altura.
Vendrán Beyoncés y Kylies Minogues que ofrecerán un gran espectáculo con todas sus letras a costa de apartar a un segundo plano el aspecto musical, ya vacío de antemano. Vendrán grupos y artistas más humildes que no dispondrán de tantos medios y que se centrarán en ofrecer una gran experiencia musical sobre el escenario. Y muy pocos vendrán (¿Muse? ¿U2?) que logren aunar aspecto visual y musical como lo hace Roger Waters con esta serie de conciertos.


Aun así, no todo es perfecto en la villa floydiana.
Irónicamente, el mayor protagonista de la gira es también su mayor enemigo. El muro que se va levantando lentamente, va ocultando tras de sí a la banda y al mismo Waters durante un periodo lo suficientemente extenso como para ser capaz de hacernos desconectar momentáneamente del espectáculo, limitado en esos momentos a apreciar las, maravillosas, por otra parte, proyecciones de Gerald Scarfe (aparte, obviamente, de la música).
No me malinterpreten.
Sé de sobra que el concepto original de la gira de los 80, cuya idea le vino a Waters tras el famoso escupitajo, era construir un muro entre el grupo y la audiencia a modo de crítica por lo mucho que se había corrompido esa relación entre las dos partes. El muro es simplemente otro personaje más de todo el montaje cuyo fin es desafiar al público.


El problema es que más de treinta años después del concepto original, el mundo ha cambiado, y el respeto por la liturgia de un concierto ya no es el mismo de antaño.
Ahora tenemos a señores con una mochila a cuestas que, en mitad de Goodbye Cruel Worldhacen que “goodbye all you people, there’s nothing you can say” se convierta en “goodbye all you ¿CERVEZA?, there’s nothing you ¿ALGUIEN QUIERE CERVEZA?”. Y si ya en ocasiones cuesta meterse en el papel de espectador (porque esto es así: para presenciar The Wall en condiciones, el espectador tiene que interpretar también el papel que le toca dentro de todo este montaje), pues con elementos externos que distraigan del asunto, se hace algo más complicado. Y cuando no es una persona ofreciendo bebida cada dos por tres, es otra ofreciendo pizza, y si no, es simplemente gente irrespetuosa a la que le da lo mismo dejar sin ver el espectáculo al público que tiene detrás.
Sinceramente, no me imagino cosas como estas el 15 de junio de 1981 en el Earl’s Court londinense.
Por otro lado, y más a título personal que otra cosa, he echado de menos una mayor presencia de Jon Carin, sin lugar a dudas el quinto Floyd (¿Bob Klose? ¡Que le den a Bob Klose!). Si bien también es cierto que a diferencia de la libertad que tenía en las giras de 2007 y 2008, en este formato cerrado era más complicado destacar sobre el conjunto, por lo que las comparaciones, aparte de odiosas, también serían injustas.


Pero no se queden con el sabor agridulce de estos últimos párrafos: el concierto es estupendo para cualquier persona de a pie, y una maravilla enorme para cualquiera que se autodenomine seguidor de Pink Floyd. La fuerza del show, de la banda y de las canciones no deja apenas indiferente. Desde el gran comienzo de In the Flesh?, hasta la más que masticada Another Brick in the Wall pt.2, pasando por las dos joyitas exclusivas de la gira del 80 que no se encontraban en el disco original, What Shall We Do Now? y The Last Few Bricks. O la conmovedora Goodbye Cruel Worldque daba paso al descanso de media hora. O el agorafóbico comienzo de la segunda parte del concierto con Hey You e Is There Anybody Out There?. O la enorme Bring the Boys Back Home. O la siempre aclamada Comfortably Numb, con Kilminster haciendo las veces de David Gilmour alzándose por encima del muro. O la fantástica The Trial, deslucida en esta ocasión por las partes pregrabadas de la orquesta. O, cómo no, el derribo final del muro.
En resumidas cuentas: desde que el año pasado empezara la tourneé del muro, la crítica y el público han sido favorablemente unánimes, a pesar de lo cual se leen de vez en cuando comentarios de gente quejándose de estos dinosaurios del rock que a día de hoy siguen viviendo de viejas glorias.
Pues mire usted. Por mí, que sigan haciéndolo hasta que el cuerpo aguante.

Bon